4.3.18

Con Bernal en Trujillo

Le hubiera gustado a uno tener a mano las bonitas palabras de Trapiello (al que leo estos días, su Mundo es) para describir el extremeñísimo campo de Monfragüe que veía ayer desde el coche, empapado de lluvia, camino de Trujillo, donde siempre me resulta muy grato volver. Llegar hasta el Palacio de Lorenzana, donde tomaba posesión como miembro de número de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura José Luis Bernal, fue una pequeña odisea. Las calles, en cuesta y empedradas, eran ríos. En algunos tramos, charcas. Pena de katiuskas. Calado, pero contento, entré en el zaguán palaciego, donde todo eran paraguas y silencio, pues todo el mundo estaba ya recogido en el confortable salón de actos adyacente. Ya allí, amigos como Miguel Ángel Lama, José Antonio Zambrano e Isabel, Antonio Sáez y Susana, Juanra Santos, el propio José Luis... Abrazos y besos. De milagro pillamos dos cómodos sillones situados al fondo de la sala, en pleno pasillo central, lo que nos permitió ver aquello sin interferencias. A nuestro alrededor, numerosos profesores de la Facultad de de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, de la que Bernal es decano: Antonio Salvador, las hermanas Montero Curiel (María Pilar y María Luisa) Carmen Galán, Jesús Cañas (con Malén Álvarez), Miguel Becerra... A mi lado, Luis Merino, coautor, con César Chaparro (también presente) y Manuel Mañas, de la edición de Lingua per des, de Erasmo, último libro de la Biblioteca de Barcarrota que rescató la Editora Regional para su modélica colección. Y Joaquín González Manzanares, tan encantador como acostumbra, Eduardo Hernández, el inventor de los cuadernos del viajero de Baluerna, y familiares del nuevo académico, con Isabel y sus hijos a la cabeza. Saludé, entre otros (pido perdón por los olvidos), a Antonio Rivero, Paloma y Teresa Morcillo, Teresa Guzmán, Urbano Domínguez, Carlos García Mera... Y las ausencias, claro, tan llamativas, o más, que las presencias. Sin entrar en detalles poco elegantes, me llamó la atención que no hubiera nadie de la Junta de Extremadura, de la Consejería del ramo. O que a estas cosas no vaya el alcalde del pueblo. 
Con un ceremonial semejante al de la Española (donde asistí una vez a la toma de posesión como realacadémico de Luis Mateo Díez), Bernal fue acompañado hasta el estrado por dos académicos. Uno de ellos debería haber sido Antonio Gallego, que al final no pudo acudir. Y ya que lo digo, pocos, muy pocos, eran los compañeros de corporación que ocupaban sus sillones en torno a su presidente, Javier Pizarro, con el que Lama y yo mantuvimos después una ilustrativa conversación.
Tomó la palabra Bernal y durante una hora nos ofreció el discurso que quienes le conocemos esperábamos. Literatura para vivir. El profesor y el poeta, cuerpo a cuerpo, lo tituló. A esa doble condición ha dedicado su vida, más inclinada al trabajo gustoso del filólogo que al del creador, aunque no por eso haya dejado de ofrecer a sus lectores muestras suficientes de su indudable talla poética. No se olvidó de su maestro Rozas, donde empezó casi todo, ni de su mentor Santiago Castelo. Ni de su familia, sus compañeros de Facultad y sus amigos. Desgranó, en fin, con fina retórica y con la debida pasión, ideas sustanciosas sobre la literatura, los libros y la lectura; sobre las palabras, donde reside su razón de ser como catedrático y como poeta. Al hablar de su familia (su padre estaba allí sentado), se le quebró la voz. 
Eligió a Carmen Fernández-Daza para que contestara su discurso. Lo hizo, sobre todo, desde la admiración. Con ese lenguaje de regustos clásicos que ella utiliza. 
Por suerte, los dos discursos han quedado recogidos en un librito que, por cierto, se agotó antes de que pudiéramos recogerlo. Ya llegará. 
Cuando se acabó el solemne acto, casi dos horas después, nos fuimos nadando hasta La Coria, otro palacio (ya se sabe lo que son estas ciudades extremeñas de provincia), donde pudimos degustar distintas y ricas viandas, de la tortilla de patatas al arroz, pasando por el picadillo y la crema de tomate. 
No hace falta volver a decir que me alegro mucho de que José Luis Bernal ingrese en la Extremeña, tan necesitada de los aires renovadores que él (y otr*s) bien puede aportarle. Por fin un ejemplar representante de la generación que hizo posible que la modernidad literaria prosperase en esta tierra se sienta en la que estuvo llamada a ser la más alta institución cultural de Extremadura. Méritos, a éste sí, le sobran. 
Volvimos a casa dando un rodeo por la autovía. Navegando, se podría decir, por aguas turbulentas. ¡Quién dijo sequía!