7.1.18

Balance

El Periódico
Que las vacaciones, duren poco o mucho, se pasan volando es un tópico que no hace falta comentar. Ni es preciso ser Bergson para darse cuenta. Las de uno han sido, en general, apacibles. Por navideñas, sujetas a los lugares comunes que todos conocemos. Que gozamos y sufrimos, quiero decir. Familiares, amistosos, gastronómicos, afectivos... Mis propósitos lectores, por ejemplo, han quedado en poco. Al final, entre brumas y veras, que diría el otro, he disfrutado con unos pocos libros. Así, las dos últimas entregas de Palabra de HonorUn asombroso invierno, del mejor Joan Margarit (con poema dedicado al extremeño José Antonio González-Haba y un puñado de versos de amor, desde la senectud, memorables) y A puerta cerrada, de Luis García Montero, donde el lobo se convierte en inquietante presencia simbólica; Dibujar una isla, de Verónica Aranda (Los Versos de Cordelia), un precioso e intenso viaje por Grecia donde la luz lo mismo ilumina el deseo que el desamor, el mar que el paisaje; Del fruto que arde, de Luis Llorente, en La Garúa, en el que el poeta segoviano ahonda su discurso meditativo y se confirma como uno de los poetas jóvenes más interesantes del panorama; y Fragmento para un réquiem, de Alberto da Costa e Silva, un espléndido poeta brasileño que nos descubre el también diplomático Luis María Marina, un hombre empeñado, ya se ve, en trazar un raro canon, tan personal como certero, de la poesía en portugués. También me ha acompañado, y aún sigue haciéndolo, Curvas de nivel, de Jordi Doce. La Isla de Siltolá ha tenido el acierto de reeditar este libro de 2005 que ahora, debidamente ampliado, reúne artículos -escritos entre 1997 y 2017- donde la crítica y el análisis se complementan con el diario y la crónica. De sus años ingleses (fue corresponsal, un decir, de la revista Cuadernos Hispanoamericanos). Incluye, además, una amplia galería de retratos de autores y enjundiosos textos y breves ensayos en los que Doce vuelve a demostrar su capacidad de indagación, su lucidez y su inteligencia en materia literaria. Una obra, sí, necesaria que completa su labor poética, aforística y de traducción. 
Pero no todo ha sido leer. Precisamente porque estaba uno saturado de lecturas he visto algunas películas que tenía pendientes. Paterson, pongo por caso, que no me ha decepcionado (poesía sobre la poesía con William Carlos Williams al fondo), Nebraska, Lady Macbeth, un par de Woody Allen (entre ellas, Irrational Man)... 
El deseo de Yolanda por ver la iluminación de Guadalupe (premiada por Ferrero Rocher) y la de mi hijo Alberto por comer de nuevo las sabrosas morcillas del lugar nos llevaron a los tres hasta ese bello y remoto rincón de Extremadura. Cuesta llegar, a qué negarlo, pero a uno no le cansa volver. Ni mirar una y mil veces el monasterio con aires de fortaleza donde se conservan, entre otras maravillas, obras de Zurbarán
Árbol del Monasterio
Nuestro amigo Nica ya nos había recomendado comer en la Hospedería, y bien que hizo. Allí coincidimos con la numerosa familia de los Fernández Gómez (de Ibahernando, primos de los Cercas), que acostumbran a celebrar una multitudinaria comida navideña en ese afamado restaurante. Saludé a Chano al tiempo que me llegaban desde Plasencia noticias de un buen amigo común: Josemari Lama. Una de sus hermanas, a nuestros postres, me invitó a dedicar en un modesto trozo de papel algunas palabras a los suyos, para su colección de recuerdos, trámite que cumplí como mejor pude entre la gratitud y el sofoco.
Tras algunos paseos (bajo la lluvia) y unos cafés en el Parador (donde volvimos a recordar otra estancia, aquella con nuestro añorado Castelo), acudimos a la plaza para asistir al esperado momento del encendido que nos pilló a todos con un ¡oh! en la boca. Calle abajo, bajo el Arco de Sevilla, nos encontramos con nuestro querido paisano Urbano García, director de la televisión extremeña. Nos explicó que estaban a la espera de grabar en ese mismo sitio el Mensaje de Fin de Año del presidente Vara. Alguna perla del discursino (que suelta, nos explicaron, de memoria) ha dado bastante que hablar. 
Al día siguiente, el 29, presentamos en la hospitalaria Puerta de Tannhäuser la antología ilustrada de la Editora. Con el dibujante Esteban Navarro y Ramón Parejo, codirector de la colección "El Pirata". No conocía a Navarro en persona (su parecido con su padre era sorprendente) y bien podría haber conducido aquello él solo. Quiero decir que su locuacidad, su manejo del escenario, su conocimiento de la materia y algunas virtudes más que le adornan hubieran bastado. Con todo, tanto Parejo como yo (bastante cohibido, lo confieso) dijimos algunas cosas. Él de la colección y las sanas intenciones de acercar la poesía a los más jóvenes (escolares incluso) y uno ponderando el trabajo del ilustrador (línea clara sobre línea clara: sus dibujos y mis poemas) y leyendo unos cuantos del conjunto (que Navarro se ocupó de que fueran debidamente jaleados por el público). Público formado por Yolanda y mis hijos (amén de Carlitos, uno más), familiares (mi hermano Fernando, mi primo Luisra y Flor, mi cuñado Rolando, mis queridos parientes Paco y Marci...), amigos (no nombro a ninguno para no olvidar a nadie), compañeros (Javier, Mireya), el alcalde Pizarro y dos concejales (Marisa Bermejo y José Antonio Hernández, un habitual de La Puerta), conocidos, saludados... Ah, y la poeta Irene Sánchez Carrón, que ya está corrigiendo las pruebas de nuevo, esperado libro. Echamos de menos a María José y Gonzalo, que, como buen matrimonio, se pillaron la fastidiosa gripe estacional al unísono. Habrá que ir tramitando la colocación de una placa en su sitio de costumbre donde (como la dedicada a Víctor Chamorro en la Hospedería de Hervás) se recuerde que ahí toma asiento el acreditado escritor. Y su esposa, añado.
Cañas a mediodía, comidas a todas horas, algunas conversaciones (con los Antón, sobre todo), pocas caminatas, una escapada a Salamanca (para la revisión ocular) y largas sesiones de sofá se han llevado por delante este paréntesis laboral donde, por Reyes, no han faltado regalos. Mañana, escuela.