24.2.17

De Segovia a St. Louis

Llega a las librerías una nueva entrega, séptima y póstuma, de los diarios del poeta y traductor Luis Javier Moreno (Segovia, 1945-2015). La publica la editorial leonesa Eolas y lleva por título Segundo cuaderno de St. Louis. Diario. Volumen VII.
Detrás está la mano amiga de Tomás Sánchez Santiago que explica en su epílogo, "Aerolito", la oferta del editor Héctor Escobar, la renuncia del autor a llevar a cabo el proyecto, ya estaba seriamente enfermo, y cómo uno de sus mejores amigos, Francisco Otero, se encarga por fin de transcribir esas páginas, en su mayor parte, de 1990. A ellas se añaden dos prólogos. De W. Michael Mudrovic: "Los días de Blueberry Hill: Luis Javier Moreno en St. Louis", donde evoca los semestres que pasó el segoviano en la Washington University, su deficiente inglés oral, su "buen sentido del humor" y, al lado, inseparable de ese rasgo de su carácter que pudimos disfrutar quienes le conocimos, su condición de depresivo y ansioso crónico. Sobre la enfermedad, que se declaró en su etapa docente en Cádiz, habla en el libro y a ese asunto dedica descarnados textos breves del "Apéndice". Al fin y al cabo los diarios y su precaria salud están relacionados desde el momento en que sus psiquiatras le instaron a escribirlos como forma de terapia. De "poeta segoviano por antonomasia" lo tilda Mudrovic, y cita una frase del diario: "Segovia es el espacio articulador de mi tiempo y de mis referencias más sólidas". Destaca que estamos entre su escritura "más fluida y natural". Como el resto de colaboradores de la obra, destaca: "estás aquí". ¿No es lo más importante de un diario? Porque nos acerca al hombre o a la mujer que lo escribió como tal vez ningún otro género puede hacerlo, si acaso la poesía.
Laura Demaría, en "St. Louis 1989-1990", nos presenta a la persona que Moreno fue: al buen amigo de sus amigos, al incansable animador del grupo.
Tras una "Nota previa" que fechó en enero de 2014, donde, entre otras cosas, aclara el alcance de sus anotaciones, hace alusión a su novela (que emprendió en Iowa en el verano de 1985; única, americana e inédita) y a los dos libros de poesía que se allí se trajo terminados, y reflexiona en torno al diario como ejercicio literario ("Ser sincero no supone ningún mérito", escribió el 4 de diciembre del 90), sí, pero también "histórico".
Moreno escribe sobre sus viajes (Nueva York, San Francisco, Cañón del Colorado, Almería, Cádiz, etc.), sus visitas a museos (de pintura, sobre todo), la intensa vida social en el campus norteamericano, sus lecturas (de Circe Maia -de la que Jordi Doce prepara por fin una antología- a Cernuda pasando por Proust o Gombrowicz), algo de crítica (de sus coetáneos novísimos a los poetas de la experiencia, entonces tan en boga; de Manent, al que califica de "poeta hortelano", a Senabre), su querida Segovia (con su venerada madre al fondo)...
Citas de otros, opiniones de escritores sobre escritores, recortes de prensa y de los diarios de Martínez Sarrión (clarividente respecto a Rajoy, por cierto), así como un indignado "Epílogo catalán", con párrafos de Javier Marías y Félix de Azúa, componen el mencionado "Apéndice" que cierra el volumen. Eso y el texto de su amigo del alma Tomás Sánchez Santiago donde éste reconoce que "Lo único importante es volver a estar con él". Con un tipo magnífico, irónico, culto y ajeno al patetismo, que siempre estuvo, a pesar de todo, "a favor de la vida". Podemos dar fe.

Nota: esta reseña se ha publicado en la revista Clarín, nº 127, enero-febrero de 2017. En el mismo número aparece la de No estábamos allí, de Jordi Doce, que ya apareció en su día, sin apenas variantes, en este blog.